Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Las universitarias españolas en los años 30 y sus trayectorias profesionales

(C) Mercedes Montero Díaz



Comentario

Victoria Kent y Clara Campoamor, enfrentadas con el voto femenino, universitarias, abogadas y políticas, no fueron las únicas que destacaron en los años 30. Carmen Magallón Portolés ha estudiado concienzudamente la aportación femenina al campo de las Ciencias Experimentales durante la Segunda República. Así, ha puesto de manifiesto la identidad y contribuciones de 36 mujeres que entre 1931 y 1936 trabajaron en el Instituto Nacional de Física y Química, una de las instituciones creadas por la Junta para Ampliación de Estudios. Esas 36 mujeres, de un total de 158 personas, suponían el 22% de los investigadores del Instituto: una cifra nada despreciable. Las científicas que allí desarrollaron su carrera profesional procedían de familias de clase media, con padres de profesión liberal; 11 de ellas eran antiguas alumnas del Instituto-Escuela; 8 fueron becadas para investigar en el extranjero; y al menos 9 lograron terminar el doctorado. Sus trabajos se centraron en Esprectoscopia y Química-Física. De esas 36 mujeres, 18 produjeron un total de 63 artículos científicos, pues no todas llegaron a publicar. Seis de ellas destacan sobre las demás, ya que fueron autoras de las tres cuartas partes de la literatura científica citada: Jenara Vicenta Arnal, Teresa Toral, Piedad de la Cierva, Dorotea Barnés, Teresa Salazar y Carlota Rodríguez.


De Jenara Vicenta Arnal fue la mujer que más publicó del Instituto Nacional de Física y Química, 11 artículos a lo largo de estos años. En 1931 logró ser catedrática interina de Física y Química en el Instituto Nacional Femenino de Barcelona. En 1932 fue becaria de la Junta para Ampliación de Estudios y pasó seis meses en Alemania y Suiza investigando en temas de electroquímica y físico-química. En 1932-33 obtuvo por concurso la cátedra del Instituto Velázquez de Madrid.



Dorotea Barnés González se doctoró en 1931 con una tesis sobre la cistina. En 1931-32 empezó a trabajar en la sección de Espectroscopia del Instituto Nacional de Física y Química, concretamente en Raman, y viajó a Graz para trabajar un tiempo con el científico europeo que más había investigado sobre ello. Publicó cinco artículos y fue la introductora de la espectroscopia Raman en España. En 1933-34, además seguir con sus investigaciones, logró la cátedra de Física y Química en el Instituto Lope de Vega de Madrid. El matrimonio le apartó de su trabajo profesional antes de estallar la Guerra Civil. Hubo de salir de España con su marido y su hija de pocos meses. En Francia trabajó en un Liceo. A su vuelta a España ocultó tanto sus apellidos como sus grados y méritos académicos..



Amparo Poch y Gascón (1902-1968), que había estudiado Medicina en Zaragoza durante los años 20, en los 30 desarrolló una carrera peculiar. En Valencia entró en contacto con los medios libertarios. Colaboró en todas las revistas anarquistas, hasta el fin de la guerra. Especialista en Pediatría y Puericultura, hizo en el libro La vida sexual de la mujer (Valencia, 1932), una defensa del sexo lúdico, la coeducación y la revolución social. Su seudónimo en los medios anarquistas fue "Doctora Salud Alegre". Recorrió ateneos, escuelas, locales sindicales o cualquier lugar donde un grupo de trabajadoras estuviera dispuesta a escucharla. De esta experiencia itinerante surgirían el Grupo Ojino y Mujeres Libres. La agrupación contó con un órgano mensual de prensa, Mujeres Libres (1934-1938). En 1936, con Federica Montseny como ministra de Sanidad, Amparo Poch fue nombrada Directora General de Asistencia Social: se dedicó a la reinserción de las prostitutas y a poner en marcha las granjas escuelas para niños. Ambos proyectos tuvieron una vigencia limitada, pues fueron superados por la dinámica de la guerra y en especial por la defenestración del gobierno y sus cuatro ministros anarquistas en mayo de 1937. Se exilió en 1939.



Teresa Toral, nacida en Madrid el 20 de mayo de 1911, se licenció en Química con Sobresaliente y Premio Extraordinario en 1933. A partir de ese momento fue colaboradora del Instituto Nacional de Física y Química, en la sección de Químicas. También fue ayudante de prácticas en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Madrid. En 1939 fue detenida en la capital y encarcelada en la prisión de Ventas.



Piedad de la Cierva Viudes (1913-2007) se licenció en Químicas en Murcia en 1932 con Premio Extraordinario. En 1934 se doctoró. Desde 1932 hasta 1936 trabajó en el Instituto Nacional de Física y Química en la sección de rayos X. Publicó 7 artículos científicos durante su estancia en este organismo. En 1936 recibió una pensión de la Junta para Ampliación de Estudios para dedicarse a la Física teórica en Conpenhague.



Carlota Rodríguez de Robles Junquera (1907) se licenció en Química con Premio Extraordinario en 1933, en la Universidad de Madrid y logró el doctorado en 1936. En esos años publicó cuatro artículos científicos, mientras investigaba en la sección de Química-Física en el Instituto Nacional de Física y Química. Por su parte, Teresa Salazar Bermúdez ya era Doctora, con Premio Extraordinario, en 1931. Trabajó en el Instituto Nacional de Física y Química y su trayectoria estuvo unida a la revisión de pesos atómicos. Con este fin, disfrutó una pensión de la Junta para Ampliación de Estudios y pasó unos meses en París para profundizar en el núcleo atómico. Publicó cinco artículos científicos y colaboró estrechamente con el Dr. Moles, con quien realizó algunas de las publicaciones aludidas. Entre 1930 y 1933 fue profesor auxiliar de la Facultad de Ciencias de Madrid.



Isabel Torres, que había realizado su tesis doctoral en Nutrición en la Casa de Salud de Valdecilla, fue en los años treinta una importante promesa en investigación. 1933 obtuvo una beca post doctoral para trabajar sobre la estructura de las vitaminas en el Instituto de Patología Médica de Madrid, con José Collazo. En 1934 recibió una pensión de la JAE que le permitiría seguir con ese tema en Heidelberg. Pero cambió de destino y se dirigió a Munich, donde estudió la estructura química de la vitamina K. Renovó un año más y estando allí sobrevino la Guerra Civil. Tenía una propuesta del Dr. Marañón para regresar en 1937 con un puesto de investigadora en el Hospital Central. Pero en 1939 sus colegas y maestros estaban en el exilio y no tuvo posibilidad de continuar con su carrera.



La presencia de un porcentaje no pequeño de mujeres en el mundo científico y la brillantez de las carreras brevemente reseñadas aquí, hace pensar que el movimiento de incorporación a la vida profesional empezaba a tomar ciertas dimensiones. De hecho, si nos fijamos en las becas que ofreció la Junta para Ampliación de Estudios, desde su creación hasta la Guerra Civil, vemos que en los años 30 aumenta de manera considerable el número de mujeres que reciben una pensión. Entre 1908 y 1919, la Junta concedió 645 becas, 27 de ellas a mujeres, lo que supone un 4%; en el período 1920-1929 las cifras son 539 ayudas, 41 de ellas disfrutadas por mujeres, y un porcentaje del 8%; por fin, en el corto segmento 1930-1934, se concedieron 410 becas por parte de la Junta, de las cuales 53 fueron destinadas a mujeres y el porcentaje se elevó hasta el 13%. Cabe suponer que estos números hubieran seguido la tendencia natural al alza que ya llevaban de no haber sobrevenido la Guerra Civil.



De estas 53 becas de los años 30 destinadas a mujeres, la mayoría, 35, fueron disfrutadas por maestras de Normales, directoras de Primera Enseñanza, directoras de grupos escolares, así como por mujeres que practicaban actividades artísticas: canto, pintura, escenografía. Es decir, no exactamente a licenciadas universitarias. Las científicas se llevaron 18 de esas 53 pensiones, lo cual supone una proporción mucho menor, aunque se pueda afirmar -a la vez- que en aquel período de 8 ayudas concedidas para investigación en ciencias experimentales, 1 era para una mujer. No es una mala proporción.



También hubo pensiones para licenciadas en Humanidades. En 1930, Adela Trepat, catedrática del Instituto de Reus pasó 14 meses en Alemania estudiando Epigrafía latina. En 1932, Amanda López Meneses, Licenciada en Filosofía y Letras estuvo dos meses en Francia realizando 'investigación histórica', sin más concreción. También en 1932 Teresa Andrés Zamora, del cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, pasó once meses en Alemania realizando estudios de esta última especialidad. En 1934 nos encontramos con María Encarnación Cabré, que pasa igualmente 11 meses entre Francia, Suiza y Alemania realizando estudios de Etnografía y Prehistoria. Era Licenciada en Filosofía y Letras. Igual que las becas logradas por las mujeres científicas parecen estar relacionadas con los intereses de sus equipos o con sus propias tesis doctorales, las de las maestras o licenciadas en Letras dan la impresión de ir dirigidas a ampliar conocimientos, teóricos o prácticos, a adquirir técnicas pedagógicas, pero no a realizar auténtica investigación.



Entre las mujeres universitarias que desarrollaron carreras profesionales de prestigio en los años 30 en ámbitos ajenos a la ciencia, hay que citar a Josefina Carabias, Licenciada en Derecho y periodista de enorme popularidad en el Madrid republicano. Alojada en la Residencia de Señoritas, comenzó en 1931 su trabajo en la prensa. Fue redactora -exactamente, corresponsal parlamentaria- del diario La Voz, la única en ese momento de un periódico de información general. Colaboró en Crónica y Mundo Gráfico, semanarios; y en otros diarios como Ahora y en otras revistas como Estampa. En 1934 se incorporó a Unión Radio, convirtiéndose en la primera locutora de noticias en España. Además en 1932 había aprobado las oposiciones para Registradora de la Propiedad. Se casó en 1936 y salió al exilio al estallar la Guerra Civil, no pudiendo volver hasta 1943.



Ministerio de Agricultura (Madrid)

Ministerio de Agricultura (Madrid)




María Lacunza, otra licenciada en Derecho fue la primera navarra que obtuvo este título y también la primera en colegiarse en Pamplona (1927). En 1932, en Madrid, ingresó como funcionaria en la Administración del Estado, ocupando una plaza de auxiliar interino en el Ministerio de Agricultura, Industria y Comercio, en la Inspección General de los servicios social-agrarios. Fue secretaria de una Comisión organizada en 1932 para estudiar la reforma agraria en diversos países, y se le expidió pasaporte para viajar al extranjero. No perteneció a ningún partido y por ello fue sospechosa para la República una vez estallada la Guerra Civil y depurada en 1940 por el régimen de Franco.



Existen mujeres que trabajaron en el Centro de Estudios Históricos, creado por la Junta para Ampliación de Estudios, pero no estamos en condiciones de asegurar que fueran licenciadas, ni que sus trabajos estuvieran dirigidos a enriquecer la investigación de un equipo o a realizar sus propias tesis doctorales, como sí ocurría en el caso de las mujeres del Instituto Nacional de Física y Química. Podemos citar a María Teresa Casares, Consuelo Gutierrez del Arroyo, María Brey y Carmen Díaz Caamaño, a quienes encontramos en 1932 trabajando en el Instituto de Estudios Medievales, dirigido por Sánchez Albornoz, en la sub-sección de "Diplomas". Los nombres de Pilar Loscertales y Ana Pardo aparecen en la sub-sección de "Fueros". En la misma fecha, María Victoria González Mateos trabajaba como becaria en el Fichero de Arte Antiguo, con Ricardo de Orueta y Sánchez Cantón. Sacaron a la luz dos volúmenes de Monumentos Españoles en 1932. Por último, hay que referirse a María Millás, que en 1933 publicó "Contratos de judíos y moriscos del reino de Navarra", en el Anuario de Historia del Derecho Español, una revista del Centro de Estudios Históricos.



Por los años 30 siguieron también con actividad profesional mujeres que ya contaban con cierta trayectoria, como María Sánchez Arbós que en 1933 obtuvo la primera plaza en las oposiciones a directora de grupo escolar, y que en 1934 fue nombrada para uno de nueva creación, experimental en buena medida, y llamado no por casualidad "Francisco Giner de los Ríos". También podemos referirnos a María Moliner, que a partir de 1931 trabajó en la Biblioteca del Ministerio de Hacienda en Valencia, dio clases en la Escuela Cossío, seguidora de los métodos y la mente del Instituto-Escuela de Madrid; y a partir de septiembre de1936 pasó a dirigir la Biblioteca de la Universidad de Valencia.



Hubo otras muchas mujeres anónimas que desarrollaron sus carreras en el mundo profesional. Conocemos, por ejemplo, el dato de profesoras de los Institutos de Enseñanza Media, puesto al que se llegaba por oposición y con una licenciatura previa: en 1930-31 eran 144; en 1931-32 bajaron a 126; pero en el curso siguiente, 1932-33, casi se doblaron: hubo 236 mujeres que impartieron enseñanzas variadas en los establecimientos oficiales españoles de Enseñanza Media.



Hay que añadir, por último, que la Universidad en sí misma fue una de las instituciones que más tarde abrieron sus puertas a la carrera profesional de la mujer. El personal docente femenino fue muy escaso -ya vimos algunos ejemplos en los años 20- y estuvo siempre en puestos auxiliares. En los años 30, y continuando en lo más bajo del escalafón, nos encontramos con un número mayor de profesoras. En 1932-33 Vázquez Ramil ha contado 64 mujeres en las Facultades españolas: 16 en Ciencias, 1 en Derecho, 9 en Farmacia, 23 en Filosofía y 15 en Medicina. En Estados Unidos, en 1930, casi un tercio del profesorado femenino universitario eran mujeres (el 27%).



Podemos concluir que se iba avanzando, en general, en presencia de la mujer en la vida profesional, pero que era una avance lento. De hecho, en la mayor parte de los casos quedaba cortado por el matrimonio. Dorotea Barnés dejó su carrera al casarse, y era una de las científicas más brillantes del momento. Lo mismo cabe decir de otras mujeres citadas por Magallón Portolés, como Teresa Zorraquino, que tras leer su tesis en 1930 en Químicas, contrajo matrimonio y abandonó la actividad investigadora. Su marido no le permitió seguir. Él era también era Químico y llegó a ser catedrático de la Universidad de Zaragoza en la década de los sesenta. El trabajo de la mujer fuera de casa, según confesión de la propia María Teresa Zorraquino, suponía un menoscabo para el hombre.



Magallón Portolés cita igualmente el caso de Enriqueta Castejón, Licenciada en Farmacia y Química por la Universidad de Zaragoza. También dejó de trabajar (dar clases) cuando se casó con un catedrático de Química de la misma Facultad. Sin embargo -mentalidad de la época, otra vez- regentó hasta la jubilación farmacia propia en la capital aragonesa, compra que hizo su padre para ella en los años 20.